
Pensar en que no llegamos a fin de mes, que la ropa del año pasado se nos ha quedado pequeña, que persisten los dolores de espalda, que nuestra pareja pasa de todo o que los chicos no ayudan en casa, no va a hacer que esas agujitas dejen de pincharnos. En un principio está bien que reconozcamos tales molestias como algo que nos disgusta y que, si estamos dispuestos, podríamos llegar a cambiar. Y ya está, hasta ahí. Acto seguido tendríamos que poner manos a la obra para mejorar las circunstancias.
Ahora bien, nadie dice que sea sencillo, el ser humano se siente cómodo cuando lleva un tiempo instalado en una rutina, incluso siendo esta desagradable o autodestructiva. Las neuronas están acostumbradas a hacer sinapsis de determinada manera, nuestras células están habituadas a ciertos neuropéptidos, etc. Somos adictos a las emociones, igual que dejar el tabaco lleva un tiempo, dejar la adicción al sufrimiento, a la tristeza, al victimismo... Los circuitos bioquímicos y eléctricos de nuestro cuerpo siguen unos caminos conocidos, los de toda la vida, amplias sendas por las que se transita sin riesgo, así nos lleven a destinos inciertos o adversos en algunos casos. Para llegar al lugar que realmente queremos, tendremos que emplear una energía extra en trazar una nueva ruta, un nuevo camino. Un camino que va quedando marcado a fuerza de perseverar, de pasar cada día por el mismo sitio. Si dejamos de utilizar el viejo sendero volverá a poblarse de árboles y maleza; así, si en algún momento caemos en la tentación de volver a transitar por él, no nos servirá.
Para salir de la zona de confort se necesita estar suficientemente motivado, tener en mente cuál es nuestro objetivo. Cuáles son los beneficios que obtendríamos si nos aventuráramos al cambio. Puede parecer complicado, pero basta con dar un primer paso, uno chiquitito, como escribir en una hoja de papel aquellas cosas que nos molestan de nuestra vida y debajo de cada una de ellas, cinco modos en que podríamos mejorarlas.
...Ya después habrá que ponerse a ello.