Siempre que entramos a un nuevo año, lo hacemos cargados de buenos propósitos y es maravilloso que, al menos durante unos días, experimentemos ese optimismo de que todo cuanto nos planteamos puede ser alcanzado. Sin embargo, muchas veces en cuestión de semanas los propósitos quedan en eso, en ideas difusas que planean sobre nuestras cabezas y que nos recuerdan que, un año más, no hemos sido capaces de conseguirlos.
Para evitar que esto vuelva a suceder, podríamos no sólo tener claro cuáles son nuestros propósitos, sino trazar la ruta hasta llegar a ellos. Y empezar, ya mismo, aunque parezca que no se tiene todo cuanto sea necesario para llevarlos a cabo, dejando de lado las excusas, la pereza, la desidia y la falta de determinación. Lo más importante es tomar acción. Dar un primer paso: un paso detrás de otro, tarde o temprano, acabará marcando un camino.
Por otra parte, reconocer las metas alcanzadas a lo largo del año anterior aumenta la confianza en nosotros mismos. Una meta cumplida, por pequeña que sea, representa un escalón. Cuantos más escalones hayas subido, tanto más creerás en tus capacidades. Si fuiste capaz de conseguir aquello, cómo no lo serás de alcanzar esto otro. Así que no permitas que decaiga tu ánimo y ponte manos a la obra. Para cambiar, cualquier momento del año es bueno, pero parece que en enero se empieza mejor.