¿Espontaneidad o autocontrol?


A lo largo de nuestra vida podemos experimentar muchas situaciones en las que, al parecer, no nos queda más remedio que perder los estribos. Y digo –al parecer– porque me gustaría hacer hincapié en que siempre estamos en disposición de elegir nuestro comportamiento delante de los estímulos externos. En ese sentido, nadie, salvo nosotros mismos, es responsable de nuestras reacciones.
Los incidentes de tráfico, por ejemplo, en muchas ocasiones muestran lo peor de las personas, hasta el punto de que se han llegado a reportar casos de homicidios.
Ser espontáneo está muy bien, puede llegar a ser divertido dejarse llevar por los impulsos, pero una cosa está clara, si no tuviéramos autocontrol, los seres humanos, de humanos, tendríamos muy poco. Probablemente acabaríamos disparando al camarero que tarde más de media hora en atendernos o al niñato que cada noche nos despierta con el estruendo de su moto.
Existen sociedades donde no está bien visto expresar las emociones; sucumbir a la tristeza o demostrar enfado constituyen síntomas de debilidad. Este mecanismo represivo permite dirigirse sin distracciones hacia una meta. 

En otras sociedades, en cambio, se fomenta todo lo contrario y disfrutan del melodrama, se quejan continuamente y se dejan arrastrar por sus impulsos primarios, no suelen planificar y, si lo hacen, están dispuestos a renunciar fácilmente a sus objetivos en pos de la gratificación inmediata.
En cualquier caso, dar rienda suelta a toda hora a tus pasiones puede ser nefasto, como nefasto podría resultar reprimirte todo el tiempo.
La capacidad de posponer el premio al retrasar una experiencia agradable, por algo todavía mejor a largo plazo, puede llegar a ser estimulante, pero cuando esto se traduce en negarse el disfrute llegamos a un punto patológico en el que el corazón, literalmente, te puede jugar una mala pasada. Personas así están tan centradas en conseguir sus metas que a menudo se olvidan de vivir, de ahí que sean más propensas a padecer angina de pecho, infarto e hipertensión.
En el lado contrario se encuentran los impulsivos que se equivocan mucho, aunque es verdad que disfrutan mucho más cada acierto. Con demasiada frecuencia olvidan las nefastas repercusiones de su descontrol, hablan antes de pensar y actúan sin sopesar las consecuencias de sus actos. Una sociedad formada por un alto porcentaje de individuos impulsivos, con seguridad, se convertiría en una jungla.
Así que, una vez más, todo parece indicar que nuestra salud física y mental pasa siempre por mantener un equilibrio, en este caso, un equilibrio entre la espontaneidad y el autocontrol, entre ser capaces de plantearnos una meta e ir avanzando hacia ella mientras disfrutamos del camino.