El escudo de las emociones


Albert Einstein dijo en una ocasión que las personas se pueden dividir en dos grupos, aquellas para las que el mundo es un lugar seguro, y aquellas para las que no lo es. Esta sensación personal de seguridad o inseguirdad que tenemos proviene de la interacción con los demás y con nosotros mismos y de la capacidad para sobreponernos a los pensamientos negativos. Nada es de una única manera, todo depende del cristal con que se mire. Por ejemplo, el placer puede provenir del gozo, la adicción o el entusiasmo; el dolor puede formarse a partir de la ira o de la tristeza. Si bien es cierto que todos compartimos un repertorio de emociones universales, cada uno las vive a su modo, haciendo pasar la realidad por el tamiz de los recuerdos y vivencias se obtiene un juego de luces y sombras que nos define como individuos. En el momento en que el sistema de creencias cambia por completo la proyección es diferente, dejamos de ser de una manera para ser de otra. Sin embargo, el ser humano contemporáneo, fascinado por las conquistas y los avances de la ciencia y la técnica, y otras por el poder de la naturaleza, se aleja sin darse cuenta de su propio universo interior.

Muchas veces nos mordemos la lengua, tropezamos, nos cortamos con un cuchillo porque no estamos concentrados en el momento presente. La mente actual tiende a divagar en obsesiones, conflictos y ambiciones que no llevan a nada y son la causa de la pérdida de la Serenidad. A medida que crecemos vamos amontonando los residuos de nuestros sentimientos (poco o mal digeridos) en una especie de trinchera emocional que nos impide asomarnos a la vida con la actitud fresca y lúcida de cuando éramos niños. Se trata de bloqueos de flujo energético que frenan el funcionamiento de las capacidades y actividades: todo se vuelve mecánico, limitado y falto de armonía, lo que puede llevar a la insatisfacción y al comportamiento neurótico.
Cuando se forma una trinchera de emociones residuales en nuestra vida, perdemos paulatinamente visibilidad y capacidad de acción, y esa trinchera llega a bloquearnos de tal modo que nos lleva a estar cada vez más escondidos en el oscruo rincón de una vida limitada donde nos sentimos protegidos.
Pero fuera la vida continúa su curso, y si seguimos acurrucados en el fondo de nuestra propia limitación, sin duda alguna, nos estaremos perdiendo lo mejor.

Fuente: Vivir con Serenidad, Roser Amill